lunes, 4 de junio de 2012

EL PROPIO CAMINO

Don Panarotti hablaba poco, mayormente lo hacía con los chicos, con los cuales había una recíproca atracción. Pocas palabras y algunas expresiones con el rostro, o gesticulaciones con sus toscas manos sufridas con el correr y curtir del tiempo muy caminado, eran mas que suficientes para  que  nosotros los pibes lo entendiéramos.


Cuando Picho y  Buche movían la cola y salían corriendo hacia el portón, mis hermanos y yo apostábamos que era el que venía hacia casa. Nos asomábamos entonces desde el mismo y lo divisábamos reconociéndolo enseguida por su forma medio torcida  en el caminar y la bolsa sobre los hombros. Caminaba despacio o al menos eso nos parecía, debido a la impaciencia porque llegara pronto que se generaba en nosotros.


Cuando finalmente llegaba,  tendía su mano para saludar a mi mamá, a la cual previamente se la pasaba por el pantalón con la aparente intención de que estuviera limpia. Una actitud de inseguridad o mas bien de humildad que a mi no me pasaba desapercibida. Entonces ella lo hacía entrar y le ofrecía sentarse en un  banco de madera, como esos que hay en las plazas, que estaba justo debajo del gran pino, vecino de la enorme araucaria que tenía casi pegada; casi inmediatamente le arrimaba la mesa de jardín, de hierro trabajado al estilo de antes. Y ya mismo le llevaba una jarra de agua, mas dos o tres platos de comida, sacados de nuestra misma cacerola familiar.


Quedando ya satisfecho, encendía un cigarro que nosotros mismos le comprábamos siempre por indicaciones maternas. Alzaba la vista, nos miraba sonriente y nos contaba historias sobre su pasado; por ejemplo hablaba sobre el gran barco a vapor que lo trajo desde Italia cuando tenía diez años. Había quedado huérfano en la guerra y sin ningún hermano o pariente que lo contuviese, ocasión en que fue llevado a un hospital por haber sido herido en el bombardeo que mató a sus padres. Mas adelante nos enteramos que era por esa herida de guerra que caminaba torcido, ya que su pierna derecha le había quedado defectuosa desde entonces. 


Nos compartió un secreto que para su persona era muy privado; no entendíamos el porqué del misterio, pero le teníamos un gran respeto. La confidencia se trataba de que  cuando se sintió mejor, aprovechando el amontonamiento de gente que caracteriza los hospitales de guerra, huyó sin que nadie lo notara, lo cual hizo que terminara en Argentina viajando de polizonte. 


Nos contaba los miedos que sentía por encontrarse solo en el barco y por su llegada a nuestro país, donde tuvo que hacer de todo para subsistir. Dentro de ese todo yo intuía, que había una gran nada de recuerdos amargos que el no quería compartir.


Pasaron muchos años durante los cuales Don Panarotti nos visitaba.... Y, a pesar de que aderezaba sus relatos con alguna que otra fantasía, siempre nos gustaba escucharlo. En ocasiones se ponía tristón y bajaba la cabeza hasta que, la alzaba repentinamente y se salía con un chiste como para cambiar de tema.Muchas veces conmovido llegó a interrumpir la  visita, retirándose de casa, luego de  saludarnos con cortesía, pero se adivinaba que llevaba sobre sus hombros una pesada carga no visible que iba mas allá de la bolsa de arpillera que llevaba consigo.


En nosotros esos comportamientos generaban una cierta angustia que terminaba desapareciendo cunado regresaba otra vez a visitarnos. Terminó ocupando en nuestros corazones un lugar muy importante y, lo respetábamos tanto como lo queríamos.


Muchas veces nos traía bolitas que encontraba entre los pastos según decía, y a mi mamá le llevaba un paquete grande de berros para que hiciese una rica y abundante ensalada para nosotros.Ella eso hacía, pero cuando le sobraban buscábamos huevos del gallinero para que hiciese bocadillos muy ricos.


La ropa que llevaba siempre le quedaba o muy chica o muy grande, eso reflejaba que se la habían regalado. Pero eso si, su higiene era impecable


Me atrapaba la curiosidad la bolsa llena de cosas que llevaba, y con mi hermano mayor nos quedábamos pensando acerca de con quien viviría y donde dormiría. Eso fue lo que ocasionó que un dia nos decidimos a seguirlo sin que lo notara Don Panarotti ni mi mamá, ya que nos fuimos sin avisarle. Caminamos muchísimo y nos escondíamos tras los árboles  para que no nos viera. Hasta que casi de noche logramos nuestro cometido y nos pudimos quitar de encima la gran duda. Dormía adentro de un gran caño sin uso que había abajo de un puente donde corría muy poca agua.Pero la luz de la luna que brillaba sobre la orilla nos permitió divisar abundantes matas de berros que allí crecían. Bien se saben que esta hortaliza, con frecuencia silvestre, crece cerca de los arroyos.


Como, en ese preciso momento despertamos a la realidad, dándonos cuenta de la hora, regresamos corriendo hasta casa, ya que mas temíamos los retos de mi madre que a las sombras de la noche.


Cuando llegamos tuvimos que recibir el clásico reto de "ya van a ver cuando venga papá". Pero la realidad de las cosas es que, creo que ni se enteró o se hizo el burro como solía pasar en ocasiones parecidas a éstas. Siempre llegaba muy tarde y cansado de trabajar.






A partir de entonces no me podía sacar de la cabeza la idea de que mientras este buen señor se encontraba durmiendo en ese caño, pasando frío, según  mi pensamiento; yo me encontraba  muy cómodo y calentito en mi propia cama blandita, pensando y hasta en ocasiones soñando con Don Panarotti y su situación.


No transcurrieron tantos días para que no aguantara mas y le terminara contando a mi vieja acerca de lo que con mi hermano habíamos investigado sobre la forma de vivir y dormir del don, traicionando así el pacto de silencio que teníamos entre los dos sobre no contar nada del asunto. pero resulto mejor que así fuera, porque descubrí que ésta, al enterarse de la verdad, se le fue el temor y desconfianza que se le había  creado por el "en que andaríamos" tras esa escapada silenciosa.


Después de cierto tiempo, estaba dando vueltas en los "por ahí" de la casa ella me llamó con un ademán pero sin expresión alguna en el rostro, lo cual contribuyó a que se me armara un embrollo de fantasía en la mente que hizo que pensara en que me iba a proporcionar algún castigo por aquella escapada furtiva. Pero no, no fue así para nada, lo que hizo fue encomendarme  la misión de que acompañara a Panarotti hasta un asilo donde ella misma con sus influencias, le había conseguido un lugar....


El trámite fue rápido, ya que, en la proxima visita casi rutinaria del viejito, después de que comiera,tomara su agua y fumara su gran cigarro; ésta sin ningún titubeo le obsequió otro gran cigarro para que se llevara y, sin darle tiempo a pensar, nos acompañó hasta la estación del ferrocarril y se fue de regreso una vez que estuvo segura de que nos íbamos los dos de viaje en el mismo. El, de viajero y yo de acompañante.




El anciano tendría tal vez unos ochenta y cinco años o mas, y yo, simplemente catorce. Me apasionaban los trenes a vapor y a leña de aquellos tiempos y me gustaba la tarea encomendada...


Permanece en mi memoria, el recuerdo de que íbamos sentados uno frente al otro, mirándonos en silencio durante la mayor parte del tiempo. El pegado a su bolsa llena de historia y misterios, al menos para mi frágil fantasía; de la cual no se despegó en ningún momento, ni para ir al baño. Se sabe que los baños de los ferrocarriles suelen ser algo sucios e incómodos. Sobre todo cuando están en movimiento. Ya que no son hechos para ancianos, ni para discapacitados y mucho menos  para borrachos o los  que tienen mala puntería. Pero cuando tuvo la necesidad de ir, no quiso que lo acompañara y mucho menos que le cuidara el bolso; " ni por asomo" como se suele decir. Al rato, cuando ya estaba muy intranquilo por la tardanza, volvió y nos pusimos a hablar sobre "bueyes perdidos" como también se suele... 
Para ser sincero, el único que creo que hablaba era yo, ya que el don solamente me sonreía o me mirada amablemente pero con la vista perdida. Por momentos parecía estar en otro lugar.






Cuando llegamos al enorme asilo, se abrió una también enorme puerta, de la cual se asomó otro viejo casi tan viejo como Panarotti. Su tono fue amable, pero cuando quizo agarrar la bolsa para ayudarlo,  le gruñó como un perro al que le quieren sacar el hueso y no se lo permitió.


Antes de entrar, nuestro amigo dio un giro de noventa grados, me miró y me abrazó con toda su sangre y modalidad italiana tan típicamente cálida. A mi se me gastaron las palabras, ya que no supe que decirle. La puerta se cerró muy rápido, y así quedamos, uno de un lado y otro del otro. Sentía como si el tiempo se hubiera partido en dos dimensiones.




Ya mismo desde el regreso hasta la actualidad no pude sacarme a Panarotti de mis memorias.
Luego de varios dias estrepitó el teléfono para avisar que se había ido del asilo definitivamente y que no sabían en que lugar estaría.






Con el transcurrir de los dias, fui sumando detalles observados y mi conclusión fue que lo que le interesaba era su propia libertad, y que, dentro de la cual, había elegido su propio estilo de vivir.


Fue un error haberlo llevado al  asilo. Y, lo que es peor, a consecuencia de ese error nunca mas lo volvimos a ver. Me quedé triste por ese motivo. Uno se creía que era tan importante como para torcerle el destino a alguien como si tal cosa....


No regresaría a casa, porque aunque  tal vez hayamos actuado con buena voluntad, habíamos pretendido cortarle las alas con la idea de ayudarlo. Le quitamos la posibilidad de volver a pasar tan buenos momentos juntos.Ya no volvería, para poder preservar su libertad que tan celosamente siempre supo hacerlo.


Es casi seguro que haya encontrado otras gentes o familias que lo hayan entendido y respetado mejor que nosotros.


Casi sin quererlo, nos quedamos sin aprender y conocer otras cosas de el. Lo extraño mucho. 






Han transcurrido cincuenta años. Allí están el pino, el asiento de los del tipo plaza y la mesa de hierro forjado estilo antigüo, aunque bastante oxidada.......



7 comentarios:

  1. Hay Lao, me haces llorar a raudales.
    Tal vez es la edad.....
    Aunque tu forma de expresion y caudal de emotividad , hace presa fácil a mi alma añeja.

    Has vertido tantos sentires, haces aparecer recuerdos desde la niñez.
    Abuelos mravillosos, luego un suegro "tano" pequeño y muy viejito que llegue a querer muchisimo.

    Manos tejeidno afanosamente para compartir tibiezas con seres que necesitan abrigo.

    Cada uno sabe sus necesidades, respetarlas en los demás es lo que podemos regalar.

    Recibe mi afecto.

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  2. Lao, qué maravilla poder revivir esa existencia ajena, que a fuerza de convivir se hizo sangre propia en el recuerdo. Hay personas con marcador, van con nosotros en la niñez y uno jamás los olvida. No me gusta ese asunto de los asilos, siempre son sitios para morir, así que si Don Panarotti salió de allí debió vivir unos años más su bien respirada libertad. Me has hecho recordar varios personajes de mi niñez.
    Belkys Pulido

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  3. Qué tierna historia y plena de enseñanzas Lao, ese regusto por no haber actuado bien, la duda de si fue acertado o no el haberlo llevado a un lugar para estar protegido. Muchas personas que viven libres en la calle lo hacen por su propio gusto, se sienten bien así, no necesitan un techo más que para higienizarse, comer y salir rápido afuera otra vez. Y habrá que respetarlos, gracias por compartir tus recuerdos, un abrazote.

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  4. Realmente conmovedora y tierna historia sacada de la propia vida, te felicito por tu manera tan sencilla de redactar, es la mejor manera de llegar a todo tipo de lector. Desde Jaén un saludo y feliz semana

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  5. Una historia conmovedora Lao...Me he emocionado....Gracias por visitarme...besos de luz...

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  6. me ha emocionado esta historia, de verdad. Me ha gustado mucho.
    Sigo su blog, para leerle de vez en cuando.
    Le invito a pasarse por el escondite de los delirios si quiere.

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