En aquéllos tiempos, los viajes en barco desde Montevideo significaban varias horas de viaje e implicaba por lo menos pernoctar durante una noche.
Gregorio desembarcó en el Puerto de Buenos Aires, que era un lugar que conocía muy poco y ello lo hacía sentirse como un extraño.
Llevaba en su mente un esquema sobre las distintas posibilidades de lo que haría en principio para poder subsistir, a pesar de que estaba dispuesto a improvisar si era necesario.
Tuvo suerte aparente con su caballo porque un señor de baja estatura, sonrisa muy amplia, sombrero alto con forma de hongo; con aires amistosos le ofreció guardarlo con los otros cinco equinos que había en el circo que estaba a pocas cuadras del Río de La Plata, a cambio de que se ocupara de bañarlos a todos y limpiar el establo dos veces por semana, ofreciéndole al mismo tiempo, comida y permiso para dormir todas las noches que necesitara, pero nada de plata. La comida era un fiasco y el lugar para dormir no era un "hotel cinco estrellas" precisamente, pero por lo menos solucionaba en lo inmediato su situación, sobre todo también, que no se le hacía tan fácil guardar al tobiano.
Cumplió entonces con su primer jornada de trabajo y aprovechó la ocasión para poder ver las lindas trapecistas, los domadores de leones y reirse un rato con los payasos y las monerías de un mono divertido, entre otras cosas.
Luego de cenar agarró un sueño tan pesado que al despertar ni se acordaba donde era que estaba, por un momento le pareció que era la estancia de Paysandú, pero al escuchar el rugido de los leones se despertó del todo y recordó su situación.
Pensó rapidamente en que le convenía encontrar una ocupación que fuera por lo menos un poco redituable, teniendo en cuenta que ya no le quedaba ni siquiera una moneda y con solamente comida y cama, si es que se podían llamar así, no era suficiente. Entonces luego de tomar una taza de mate cocido, que de yerba lo único que tenía era el color y unos panes mas duros que una piedra, salió a caminar sin mediar muchas palabras con este señor del sombrero alto.
Luego de caminar como unas dos horas, y probar suerte en varios lugares, consiguió que en una cantina italiana le dieran trabajo de ayudante de cocina y mozo al mismo tiempo, a cambio de algo de dinero además de algunas propinas, una pieza precaria con un catre y una manta para dormir y un baño que estaba afuera para bañarse con agua fría y hacer las otras cosas que se hacen en los baños. Eso si, la comida era sabrosa y abundante.
Se durmió profundo como era habitual, y como ya le había sucedido, volvió a soñar con sus padres que lo miraban sonrientes y tomados del brazo. Su despertar fue sobresaltado y algo cargado de angustia.
Pasaron otros dos dias mas de trabajar en la cantina. Tenía planeado ir el miércoles, porque le habían anticipado que sería su franco, a limpiar nuevamente la caballeriza del circo y poder ver a su caballo para que no lo extrañara era su idea, y de paso se divertiría viendo a las lindas trapecistas, los leones, los payasos y las monerías del mono.
Se dio cuenta que era el dia indicado porque lo despertó el dueño de la cantina, sonriendo y con la plata de la paga en la mano.
Tomó entonces el dinero, bebió dos tazas gigantes de leche con cascarilla y comió dos grandes sandwiches, uno de queso y otro de longaniza. Saludo amablemente a este señor y se fue rumbo al circo, haciéndosele muy fácil orientarse teniendo en cuenta su buena memoria visual y el hecho de tener que solamente bordear el río.
Por instinto apuró sus pasos y sintió latidos muy fuertes ya que a medida que iba llegando al lugar se iba acrecentando un mal presentimiento. En efecto, cuando llegó vio que el circo se había ido con tobiano incluido. Hizo un rodeo y preguntó a toda la gente que se le iba cruzando, vendedores ambulantes, policías, vecinas de esas que charlan en las esquinas pero que observan todo, pero nadie, absolutamente nadie, supo decirle algo sobre el destino del circo.
Gregorio, sin asumir que era inútil insistir en la búsqueda, comenzó a caminar muy angustiado y con desesperación, sin pensar en el rumbo que había tomado; luego de varios kilómetros se encontró con el centro de la Gran Ciudad y una gran cantidad de gente ovacionando al General Belgrano -era el 20 de Junio de 1920--
Allí se dio cuenta que estaban festejando el centenario de la creación de la Bandera Argentina. Habían personas bailando y cantando, puestos donde vendían desde mazamorra, chocolate caliente, pasteles, carne asada y muchas cosas ricas.
Gastó entonces algo del dinero para recuperar las calorías, al mismo tiempo que se distrajo un poco viendo los desfiles; aunque le volvió la tristeza cuando pasaron los soldados cabalgando frente a el. El que ha tenido caballo sabe bien que uno se encariña hasta de su olor.
Emprendió entonces bastante resignado, el regreso en un tranvía de aquellos que, para colmo, eran traccionados por esos mismos nobles animales.
Pero cuando llegó a la cantina fue tan bien recibido por el dueño que lo trataba como de la familia. Era un señor panzón y de grandes bigotes, lo cual le hacía acordar un poco al capataz de la estancia, sonriendo y pensando que parecía que los bigotudos le traían buena suerte.
Enseguida se puso a trabajar con entusiasmo y para cuando era ya de noche la tristeza se le había disipado un poco.
Aprendió mucho de los inmigrantes que durante su aventura fue conociendo. Supo ver en ellos a gente sensible y curtida por el dolor del desarraigo forzoso y la triste guerra.
En la cantina, sobre todo a la noche, había clima de fiesta. A Gregorio le encantaba la música, los tallarines. Hasta llegó a conocer la rica buseca y bailar un poco la tarantela.
Había pasado casi un año y terminó siendo como de la familia de los dueños del negocio e incluso con la mayoría de los parroquianos, ya que en su mayor parte eran habituè y gente un tanto solitaria que buscaba pasar un buen rato.
Se entretenía tanto, que ello le impedía pensar en irse para otro lado, a lo que sumaba que una de las hijas del "tano", una italianita muy linda y simpática, lo tenía un poco atrapado....
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Transcurrieron entonces muchos días de trabajo como mozo y ayudante de cocina, además de los coqueteos de la italianita que le hacían los dias mas llevaderos y lo sueños mas livianos.
Un dia un cliente muy trajeado y elegante que lo había estado observando todo el tiempo, le hizo un gesto pidiéndole a Gregorio que se acercara a su mesa. Eso hizo entonces en forma casi automática y natural, ya que era habitual que lo llamasen para pedirle alguna bebida o comida. Pero se sorprendió cuando este señor pintón le dijo que se sentara a su mesa e inmediatamente le comenzó a hacer diferentes preguntas, tales como su edad,su procedencia y sus estudios realizados y tomándo un papel le hizo escribir unas cuantas palabras y luego algunas operaciones numéricas. Allí fue cuando se dio cuenta de que le estaba tomando un examen como si estuviera en la escuela.
Este señor entonces revisó lo escrito y calculado en el papel e inmediatamente lo miró seriamente y le ofreció un trabajo en la aduana. Su tarea era la de recibir a los inmigrantes, tomar sus datos en un registro y revisar sus documentos y pertenencias, al mismo tiempo que dejar constancia de cuales eran sus objetivos del viaje a este pais de cada uno de los entrevistados.
El sueldo que le ofreció ese caballero era muy bueno y tentador y el lugar de desempeño estaba lo bastante cerca de la cantina como para poder visitar a la italianita e ir a comer, bailar y divertirse un rato; no lo dudó ni por un minuto.Eso si, tendría que rentar una habitación, pero la idea lo seducía, sobre todo porque le daría, creia Gregorio, mucha autonomía, y se aproximaba bastante a lo que creía que estaba buscando.
mi propósito es transmitir en forma de prosa o poética, frases y pensamientos que lleven poco tiempo de leer y mucho para pensar. mi otra intención es, en apariencia contradictoria, poder hacerles conocer algunos cuentos creados por mi y ciertos relatos vinculados con la realidad que requerirán mayor tiempo de lectura. Quien quiera pasar por aquí, opine o no, será muy bien recibido. muy agradecido y muchos saludos a todos
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Acá seguimos las aventuras de Gregorio, que demuestra un afán de superación muy encomiable, abrazo Lao!
ResponderEliminarContinuaré viniendo hasta el final.
ResponderEliminarSaludos cariñosos Lao.
La vida de los inmigrantes, es muy dura. Dejar hogar, familia, amigos para poder buscarse el sustento.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Lao.
LAOOOOOOOOO
ResponderEliminarAYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
pienso en trabajar en una cantina italiana y se me hace agua la boca pensando en comer un trozo sin rallar de queso sardo ¡qué rico¡, tuvo suerte GREGORIO, si le gustaban las pastas, es un ambiente cálido
bacio caro
Me conmueven las historias de inmigrantes. Mi padre llegó con lo puesto junto a mi mamá y yo de tres años de edad desde una Alemania desatada en guerra, a un país de idioma distinto situado a miles de kilómetros.
ResponderEliminarEn verdad, tuve suerte de haber sido yo el hijo y no el padre.
Junto a Gregorio transitando sus idas y venidas.
ResponderEliminarCariños
Menos mal que el hombre elegante le ofreció un trabajo decente... yo con el trauma de lo actual, ya estaba en suspenso.
ResponderEliminarMe gusta mucho el desarrollo de esta historia y creo que logrará una buena relación con la chica italiana.
Un fuerte abrazo.
What a wonderful story that truly happens in real life. The transition is really difficult.
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